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11
May

Biografía

Diego Urdiales Hernández.
Arnedo (La Rioja), 31 de mayo de 1975.
Presentación ante el público: 19 de marzo de 1988, en Arnedo (La Rioja).
Presentación vestido de luces: 2 de octubre de 1988, en Arnedo (La Rioja).
Debut con picadores: 21 de marzo de 1992, en Arnedo (La Rioja).
Presentación en Madrid: 9 de marzo de 1997.
Alternativa: 15 de agosto de 1999, en Dax (Francia). Toros de Puerta Hermanos, con Paco Ojeda y Manuel Díaz, 'El Cordobés'.
Confirmación de alternativa: 8 de julio de 2001. Toros de Guardiola Fantoni, con Frascuelo y Jesús Pérez, 'El Madrileño'.

Madrid, 13 de mayo de 2008

El 13 de mayo de 2008 debió de amanecer lluvioso en Madrid. En la habitación 139 del Hotel Wellington el sonido de la vida exterior apenas era perceptible entre el rumor de una tele casi en silencio vomitando el espanto informativo cotidiano y una turbamulta de pensamientos que se mezclaban con un apogeo de miedos y de sensaciones. Había oscuridad, temblores y dudas. No quedaba tiempo apenas para razonar: era cuestión de instinto pero sabía que había llegado el día, y era éste, no otro.

La estancia era un lujo, amplia, luminosa y fresca, con una cama gigante y con dos mesillas con un extraño acento entre francés y renacentista. No había reparado en ellas pero estaban ahí, con un manojo de llaves, dos móviles, una cartera y un pañuelo. La vida en cuatro artilugios, el resumen de casi todo lo que tenía: el piso, el coche y ella, porque ella era una fuerza de la naturaleza, un cobijo y un respaldo; ella estaba siempre y aunque no estuviera en ese momento, la esperaba con sus ojos lamidos de esperanza y de realismo. Porque sus ojos conjugan todas la estaciones y todas las posibilidades; no ofrecen dudas y el fu turo se suele reflejar casi siempre como tenia previsto. Sin vuelta de hoja... Ella es una mujer sin concesiones que conoce tanto las esperanzas como las derrotas, que impone, que aclara los desaguisados, que rompe moldes y  que para decir las cosas no le hace falta violar el silencio. Las explica con los ojos y los dientes: esa es su gramática y suele ser inapelable.

Diego llevaba años esper ando un momento así y podía resultar paradójico pero en ese instante preciso pensaba en las mesillas, en las cortinas, en el impresionante cuarto de baño y en un espejo donde miraba su cara afilada de torero, el pelo de torero, la cintura de torero y... el miedo de torero, por que el temor de un torero a la muerte tiene un profundo reflejo en el interior de la mirada, un brillo metálico que seca la garganta arrasando cualquier atisbo de sonrisa.

Al menos eso pensaba aquella mañana lluviosa de mayo, en pleno San Isidro, y a las puertas de torear en Madrid a plaza llena para jugarse no una oreja o un triunfo, sino para poner en un balance de cristal su modo de vida . Era el todo o la nada; el toreo (ese anhelo que habita con él desde que era un niño y correteaba por la plaza de Arnedo con ese afán curioso de l os chiquillos) o la vida rutinaria, el sueño o la esperanza en la que no quería detenerse ni un segundo en reflexionar. Ese día Die go se lo había ganado para él y se propuso firmemente pensar sólo en torear, en explicar en el ruedo todos los tesoros que había ido acumulando a lo largo de unos años de silencio, pero unos años cruciales para crecer como persona y como torero. Madurez sin torear, un caso insólito...

Texto extraído del libro Santísima Trinidad, flamenco, toros y vino de Pablo García Mancha

Una historia que contar

Aunque escribir no es lo mío, y por eso les pido perdón a todos ustedes, para intentar esbozar mi biografía tengo que remontarme a los primeros años de la década de los 70, cuando un señor llamado Ramiro Urdiales llegó al pueblecito rio jano de Arnedo. Como miembro de la Compañía de Teatro Eslava, este señor viajaba prácticamente por toda España. Un día, llegó a ese pueblecito riojano, que ya empe zaba a despuntar con su industria del calzado, conoció a una mujer llamada María Rosario Hernández... y ya se imaginarán.
Nuestro hombre se enamoró de Charo, abandonó la compañía de teatro y los viajes, se estableció en Arnedo y comenzó una nueva vida al lado de su esposa. El 31 de mayo se 1975 tuvieron a su primer hijo, al que llamaron Diego, y luego llegarían otros dos: Juan José y Rubén. Así es que soy el mayor de tres hermanos y pronto empezaría mi extraña vocación taurina.
Como es normal, mis padres me matricularon en un colegio, el de La Estación, y allí superaba sin pena ni gloria los cursos escolares, porque lo que de verdad me gustaba era el recreo para jugar al fútbol... Una tarde, yendo a h acer un encargo a mi a buela, pasé por la plaza de toros de mi pueblo, vi a unos chavales entrenando y me entró el toreo en el cuerpo. Es algo inexplicable, lo sé, pero a menudo pienso que el destino quiso que aqu ella tarde la puerta de la plaza de toros estuviera abierta.

Desde esa tarde, quise ser tore ro. Ingresé en la desaparecida Escuela Taurina de Arnedo, inaugurada por el maestro José M iguel Arroyo, 'Joselito', con 11 años. No dejaba de leer revistas taurinas y de ver vídeos de toros, estaba obsesionado por saber más de Rafael de Paula, Paco Camino, Capea, Curro Vázqu ez, Julio Robles, Ortega Cano.... Mis padres empezaron a temerse en serio que aquel juego para ellos se convirtiera en una realidad... como así fue .

Tras ser elegido el mejor alumno de mi promoción en la escuela, maté mi prim er novillo el día de San José de 1988, en Arned o y se lo brindé al maestro Joselito. Desde ese día me anuncié como Diego de Arnedo. En la mi sma plaza -para eso es mi pueblo- debuté vestido de luces, el 2 de octubre de ese mismo año. Desde esa tarde, los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente.
Así es que el 21 de marzo de 1992 me decidí a debutar con picad ores. Pero las cosas no marcharon como yo pensaba y, sobre todo, como yo deseaba. Las temporadas pasaban con la única posibilidad de torear en alguna de las novilladas de la Feria del Zapato de Oro, la de Arnedo, y en ocasiones la experiencia era amar ga. Hubo temporadas en las que sólo toreé en ese ciclo y, aun así, corté tres orejas, como esa tarde de 1995... No me dieron el Zapato de Oro, pero yo sabía que tarde o temprano llegaría.

Y así fue. La temporada de 1996 no fue tan mala como las anteriores (12 novilladas y 19 orejas, a pesar del bautismo de sangre) y en 1997 logré torear 21 novilladas, corté 16 orejas, debuté en la plaza de Acho (Lima, Perú), volví a resultar herido, esta vez en Galapagar... Y llegó el 'zapato'. La tarde del 1 de octubre de 1998, diez años después de debutar vestido de luces, Arnedo se volcó con su torero y logré un triunfo (cuatro orejas) que me sirvió para ganar el Zapato de Oro. Por entonces ya era Diego Urdiales en los carteles. Ese año concluí con 21 novilladas y 26 orejas.
La temporada de 1999 la planeamos como la última etapa antes de alcanzar la primera cima de la carrera de un torero. Tras debutar en México (plazas de Morelia y Monterrey), toreé 8 novilladas y surgió la ocasión de tomar la alternativa en Dax (Francia), en una corrida en la que el maestro Paco Ojeda celebró sus 20 años de doctorado, y con Manuel Díaz, 'El Cordobés', como testigo. Aunque la tarde no salió como todos soñamos, recibir la alternativa de manos de semejante 'monstruo' fue para mí un sueño. A la alternativa llegué ese año con 8 novilladas toreadas. Poco después del doctorado triunfé en Alfaro (La Rioja).
A las pocas semanas, toreé en la de saparecida plaza de Logroño (La Manzanera) y conseguí ser el triunfador de la Feria, además de lograr el premio a la mejor estocada, tras desorejar a un buen toro de Manolo González el 26 de septiembre, ganando el capote de paseo que concede la Com unidad Autónoma de La Rio ja. Así es que terminé mi primera 'temporada' como matador de toros con 3 corridas de toros y 4 orejas cortadas.
La temporada de 2000 podemos calificarla como de adecuaci ón al toro. Todos los toreros queremos estar en las ferias, es cierto, pero también lo es que, con lo difícil que es conseguir que te anuncien, luego has de dar la talla. Así que no me arrepiento de ese a ño en el que si bien no toreé en ferias y pl azas de categoría, conseguí de nuevo triunfar en Logroño y el p remio a la mejor faena (mi peso en un vino excelente, Faustino I).
La temporada de 2001 se prometía halagüeña. Anunciado en Madrid antes de San Isidro, sabía que un triunfo me pondría en la misma feria y, de ahí, a los demás ciclos de España y Francia. La responsabilidad era mucha, pero sabía que podía ser mi año con un poco de suerte. Pero me partí un brazo en Astorga (León) y perdí la ocasión de confirmar la altern ativa. Yo sabía que había perdido otras cosas, porque estaba dispuesto a entrar en San Isidro como fuera, pero como se dice en el toro, sería para bien.
Así es que, tras la convalecencia del brazo, me anunciaron para confirma r la alternativa en Madrid, el 8 de julio, con Frascuelo y El Madrileño en el cartel. Los de Guardiola Domínguez no salieron lo que se dice buenos y todavía me duele la paliza que me dieron ambos (fractura de varias costillas y esguince cervical, por ejemplo). Afortunadamente, no resulté h erido, a pesar d e las volteretas, y creo que dejé una buena sensación. Lo malo es que no hubo ocasión de cortar orejas. Después volvería a actuar en plazas como Barcelona (donde ya toreé el 10 de junio), Gerona o Logroño, la tarde de la inauguración de la nueva plaza de La Ribera, con Enrique Ponce y El Juli en el cartel... y el ruedo en un estado pésimo. Corté una oreja, en corrida televisada por La Primera, la primera oreja de la nueva plaza. No pude salir en hombros, que es lo que buscaba.
Una cornada que sufrí en agosto en Soto del Real (Madrid) me hizo arrastrar una lesión de ligamentos en la rodilla izquierda por la que casi me tuvieron que operar en invierno. Afortunadamente, con ejercicios y rehabil itación la cosa ha mejorado, pero el año 2001 no fue como esperaba por culpa de los percances, a pesar de superar la veintena de corridas de toros toreadas.
Durante la temporada 2002 sumé un total de 19 corridas de toros y tres f estivales. La cornada que sufrí en Miguelturra (Ciudad Real), me impidió hacer el paseíllo en la Monumental de Barcelona y en Nava de la Asunción, pero afortunadamente actuar en la Feria de San Mateo de Logroño. Afronté este importante compromiso con una costilla rota, por lo que durante la tarde, con el esfuerzo realizado, los dolores fueron en aumento. Asún así, pude cuajar a uno de los dos toros de Victorino Martín que me tocaron en suerte y, aunque fallé con la espada, pude dejar un buen sabor de boca. En 2003 toreé diecinueve corridas de toros y corté veinticuatro orejas. Entre esos festejos, me gustar ía destacar mi actuación en la Monumental de Barcelona, una de las tardes en la que más a gusto me sentí ese año. Pero me supo a poco, porque no tuve mucha suerte en otras p lazas importantes, como en la Feria de Logroño.Tampoco en 2004 logré el triunfo deseado en la feria de mi tierra, por mi fallo con la espada pero, tanto en esa temporada co mo en la de 2005 (donde volví a La s Ve ntas, sin suerte con los del Conde de la Maza), he conseguido madurar como torero. Las temporadas de 2006 y 2007 han sido escasas en contrataciones pero no me rindo y afronto 2008 con aires renovados tras el triunfo cosechado en la Feria de San Mateo de Logroño de 2007, con el indulto de un toro de Victorino Matín.

Logroño, un Victorino llamado Molinito

Y llegó Molinito y no me queda más remedio que recordar lo que escribí en un cuchitril de la Ribera minutos después de aquel acontecimiento:Tengo en mi corazón una turbamulta de sensaciones. Hoy no puedo ni quiero ser reflexivo; hoy es el día que toca hablar con la epidermis, con la aorta, con la femoral misma, esa arteria que tan hondamente exponen los toreros cuando se presenta la muleta con el alma, con el espíritu, con todos los sueños e ideales con los que ayer Diego Urdiales, nuestro torero, el torero de La Rioja, compareció en la Ribera. Y miren por donde, la suerte, la misma suerte que tantas veces le había sido esquiva y traicionera, se le presentó toda ella de cara, toda ella como a borbotones y le dijo: Diego, si puedes, cógeme. Si me mereces, cógeme.

Y Urdiales, que sabe más qu e nadie lo que es merecer con paciencia, sonrió. Porque el arnedano es un tipo cualificado en esperar. Nadie como él sabe lo que significa quedarse casi dos años sin torear y no venirse abajo; quedarse dos años en casa ante el silencio de casi todos los empresarios y no desfallecer ni un ápice. Tanto es así, que en la soledad invernal de la plaza de Arnedo se suele vestir de torero para hacerse un toro de sueños. Y encima, un chándal. Todo por sentir el traje y el roce del alamar, el peso de las hombreras, el ajuste de la taleguilla y torear.... en silencio, para sí mismo. Y soñar embestidas infinitas en una Maestranza de sueños. Y encontrarse, después, la dudosa claridad del día y la terca realidad del ayuno administrativo. Apenas cuatro amigos, los de siempre, ése núcleo duro de sus admiradores: se cuentan con la palma de una mano: Guzmán, Vinicio, Javi, Alfredo, Pepe... Y la gente toda, como el día de Autol, como las dos magníficas tardes de Alfaro y el Autobús que vino desde la capital del mundo de las cigüeñas a saborear a Urdiales. Y era 21 de septiembre y se produjo el milagro del torero. Una plaza enloquecida, un torero en sazón y la maravilla del toro indultado: el toreo es la vida y Urdiales es el torero.

Me acuerdo ahora también de Antonio León, el gran maestro arnedano de la espada y de la vida, que hace unos días compartió capote y muleta con Diego: sueve –torero-, le decía; por abajo, por abajo siempre. Se estableció entre ambos un diálogo increíble de toreros con la mirada. <paquito Milla y el cronista se echaron atrás: había llegado el momento sagrado de los matadores, un instante que ahora parece premonitorio.

Texto extraído del libro Santísima Trinidad, flamenco, toros y vino de Pablo García Mancha.

Antonio León, palabras de torero

Sólo hacía falta escuchar un segundo a Antonio León para enterarse de que seguía siendo un torero de una pieza, una criatura dotada de una personalidad arrebatadora, singular, de otra época. Y eso lo sabe como nadie Diego Urdiales, que no sólo escuchaba, sino que le mimaba con su mirada y con su respeto: “es un maestro” asegura el joven; “mira que torerazo” replica el veterano matador al ve la foto de un natural de Urdiales en Barcelona. El gran maestro de la crítica taurina, Joaquín Vidal, ya lo cantó en un memorable artículo titulado “La espada de Arnedo”: “Y sucedió, el espigadillo muchacho (por Antonio León) montó la espada, se aupó a punta de pies, arqueó toda la lentitud y el esmero que reclama su pureza, salió el novillo rodado, listo para las mulillas. Los aficionado cruzaban atónitas miradas. Son Mariano se puso en pie e invocaba a los padres de la tauromaquia. No era usual ya entonces, y menos en novilleros, matar así”.

Y es que Antonio León ha sido uno de los estoqueadores más puros de la historia de la tauromaquia, a la altura, por ejemplo, de Rafael Ortega. Tanto es así que en Las Ventas estaban deseando que pinchara para volverle a ver realizar el osado volapié, ése por el que más de una vez se había dejado taladrar los muslos, como le sucedió en las más de cincuenta cornadas que jaspean su anatomía. “Pero ¿Cuál era su técnica?” – se le pregunta al maestro-. Y Antonio León cierra los ojos y habla levemente mientras aspira el humo de sus incesantes cigarrillos: “Yo lo hacía con el corazón, sabía que lo iba a lograr y me tiraba con el alma, con todo mi sentimiento. ¿Técnica? Eso no sé lo que es; me salía así y no lo puedo explicar”. Quizás por eso, al penetrar en la vieja plaza de Arnedo y ver al lado de un burladero el carretón con el que entrena Diego la suerte suprema exclamó: “Ésta es mi vida”, para matizar después que él nunca había ensayado el volapié con semejante artefacto. Segundos después, dio una vuelta a la plaza, merodeó su entraña y en el momento en el que Urdiales empezó a estirase con la muleta quedó ensimismado con la azarosa danza del toreo. Y comenzó a brotar el natural, la trincherilla, el garboso cambio de mano, el pase de pecho hasta el hombro contrario. Era el instante reservado e íntimo para los dos en el sagrado fulgor del círculo. Diego toreaba y Antonio león le rodeaba una y otra vez con una m irada inquieta, viva, aterciopelada. El veterano torero estaba otra vez en el ruedo, en el altar donde una palabra innecesaria es un sacrilegio. Y los dos se quedaron ensimismados en su infinita soledad. Diego miraba al toro imaginario, toreaba el aire con tanta delicadeza que escuchaba el crepitar intenso del torero emocionado, el que conmueve todavía a Antonio León. “Por abajo”, dijo el maestro. Y Urdiales hizo descender su cuerpo, flexionó la pierna contraria para llevar la embestida hasta el infinito.

Y habló el viejo torero: “De los clásicos me quedo con Antonio Ordóñez; ahora mismo con José Tomás y con Diego, que es un torerazo que merece mejor trato por las empresas”. Y Diego soñaba con un triunvirato compuesto por Morante, El Juli y José Tomás: “Son impresionantes por su arte, su maestría y su valor”. Y hablando de valor: Antonio León, el cuerpo cosido a cornadas, el corazón salido de la pechera. Y el maestro tomó la muleta con suavidad y dibujó un preciso natural.

Extracto del libro Santísima Trinidad, flamenco, toros y vino de Pablo García Mancha

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RETRATO DE PUREZA

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