Domingo, 25 Julio 2021 08:09

DIEGO URDIALES DESBORDA DE TORERÍA MONTDE MARSAN

Foto: Jokin Niño Foto: Jokin Niño Foto: Jokin Niño

Diego Urdiales desbordó de torería las arenas de Plumaçon en la matinal de este sábado 24 de julio. a su primero de embestidas bruscas y violentas Urdiales le administró mando, sometimiento y temple hasta lograr componer dos series cadenciosas en las que el de Alcurrucén fue más entregado. En su segundo Urdiales esculpió los mejores muletazos de la mañana. ofreciendo el pecho, jugando con la cintura, las muñecas sueltas y los vuelos embebiendo la embestida huidiza y en los primeros muletazos descompuesta del burel. No fueron series ligadas pero los muletazos sueltos brotaban con tanta naturalidad y pureza que los tendidos del coso de Mont de Marsan no pudieron más que rendirse a la torería del torero de Arnedo que tras un pinchazo y una estocada fulminante paseó ell único trofeo de la matinal gala.


ASÍ LO CUENTA

Javier Cámara en  NueveCuatroUno.com

 

 

Toda una tauromaquia resumida en dos obras. Un forma de entender el toreo (y de hacerlo) compendiado en una mañana. Catorce horas separan los sucesos de hoy en Mont de Marsan de los de ayer en Santander. ¡Cuánta grandeza en tan poco tiempo! Demasiada belleza agolpada. Mucha sapiencia arremolinada. Y valor. Y delicadeza. Porque de lo uno rebosó la faena al primero y de lo otro la obra culmen al cuarto. Urdiales, un torero en sazón; un maestro en plenitud. Un artista colosal.

Luto guardaron en la divisa los bien presentados toros de Alcurrucén en recuerdo de su criador, Pablo Lozano. La congoja la llevaban dentro, porque, lejos de regalar nada, todos desarrollaron complicaciones.

Frío y parado, necesitó sentir el hierro de la puya para despertar la malicia que llevaba dentro, se presentó el primero. Hasta tres veces lo llevó al caballo Urdiales y el toro se fue por libre en otras dos ocasiones al que guardaba la puerta. Desordenada la lidia y agravada por las pequeñas dimensiones del ruedo. Violento y hasta soltando la cara llegó a la muleta de Urdiales. Una prenda, este único cinqueño de nombre ‘Rompecharcos’. Sabedor de lo malaje que era, Urdiales no se excedió en probaturas y comenzó a imprimir mando y sometimiento ya en la primera serie. Mucho valor hacía falta para dominar aquello y presto estaba ahí el de Diego. Aquel toro bronco y desobediente terminó por entregarse. Urdiales le indicó el camino con la ayuda en dos naturales tan despaciosos como grandiosos. La trincherilla anunció una última serie por el pitón derecho. ¡Cuánta autoridad! ¡Cuánto poder! Faena medida en tiempo y composición. Batalla ganada. Aplastante victoria. Dejó un pinchazo arriba y acertó con la cruceta a la primera.

De diferente registro fue la obra al cuarto. La que más trascenderá. La de la belleza supina. Pero cuidado, porque el toreo no entiende de belleza sin valor. A Dios gracias, Urdiales atesora lo uno y lo otro.

Largo fue el capotazo de ‘El Víctor’ para recoger al toro del caballo, tras el buen trabajo del picador Alberto Sandoval. Galopó en banderillas y dio la sensación de querer embestir con todo. Generoso Urdiales, comenzó por ayudados por alto. Ni aquello parecía fácil ni tampoco lo era. Silenció la música el riojano. Necesito pensar pareció decir. Y pensó y dio con la clave. Atemperado el de ‘Alcurrucén’ salía del muletazo distraído y con la cara alta. Pero era de embroque generoso y embestida acompasada. Y hete ahí que Urdiales bordó el toreo. Un toreo desnudo. Solo toreo. Los vuelos al hocico, la cadera encajada, la cintura mecida, los riñones hundidos y el mentón clavado en el pecho que ofrecía al toro. Tan sencillo como atípico en estos tiempos. Uno, dos, tres… ¡Quince carteles de toros! O más. ¡Y qué más da cuántos fueron! Brotaban perfectos. Qué suavidad. Qué delicadeza. Qué dulce era todo. Hubo desmayo, mucha naturalidad, verticalidad y sencillez. Lo que es el toreo, vamos. Un toreo que sale del alma y se hace con el corazón. Os lo digo de verdad. ¡Cómo estuvo Diego!

Sonó el aviso toreando. Le costó cuadrarlo y se lo llevó a los medios para matarlo. Como si quisiera redondear… No hacía falta. Para qué más. Pinchó y, ahora sí en la suerte contraria, recetó una estocada perfecta. De ahí a que el toro doblase distó la nota del segundo aviso. Oreja a una obra de arte.

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