La mata de romero que el maestro recogió en el tercio después de haber andado por la cara del toro sin dejar ni una pisada en el ruedo, siempre orbitando suavemente por donde se acaba el mundo, sin el menor gesto de violencia, sin ningún artificio, con la muleta presentada siempre de frente, jamás perfilera, y averiguando en cada tanda los cambios de querencia para buscar el muletazo puro, esa mata de romero es la investidura de un torero grande en el templo de los dioses. Diego Urdiales ve el Giraldillo desde Arnedo porque su toreo es faraónico, no tiene horizontes, no se parece a otro y escarba sólo en los terrenos de la integridad. La otra tarde en Sevilla
convirtió un bisonte en novillo y después creó ante un medio toro una obra que le dobló la cintura al alminar. Todas las espadañas de Sevilla se asomaron a la plaza a contemplar lo que ese gigante estaba haciendo. Porque la pureza es el don más caro. Hay muchos caminos para llegar a la emoción: la gracia pinturera, la filigrana, el valor, el poderío... Pero ninguno es tan directo como la naturalidad. Por eso Urdiales conoce mejor que nadie el atajo. Es un sufridor. No se coloca nunca delante de los pitones para gustar a los demás, sino para encontrarse a sí mismo. Jamás mira arriba. Torea para liberarse, para transformar una embestida brusca en el vuelo de una hoja en la ventolera, para cambiar la cadencia del pulso y el peso del toro, para que la gravedad de la Tierra se pare en ese redondel y todo allí flote: el animal, el hombre, el tendido, el ole... Un ole salvaje de los que suenan más para dentro que para fuera llegó desde Camas a su mano izquierda cuando Urdiales dio el natural más largo y profundo de esta era para demostrar que el toreo definitivo es el que tiene más exposición de todos porque no consiste en dar, consiste en darse. El peligro se olvida porque tiene más fuerza el arte, pero sigue estando ahí. Y sólo un torero que vive para quitarse las fatigas del alma puede vencer el instinto de supervivencia y darle más espacio en su corazón al instinto de la creación. Los verdaderamente celestiales son los hombres que están por encima de la naturaleza y son capaces de actuar sobre el miedo mientras sudan de frío. Y en esa crisis interna tienen tiempo de pensar cada lance, de ver la distancia exacta, de juntar los tobillos cuando el vaho del toro empaña el charol de sus zapatillas, de dejar caer el hombro sobre el halo de la embestida, de mantener la verticalidad, de torear con la cintura... En el arte lo más difícil es renunciar a los adornos. El esencialismo. El pinturero se esconde detrás del decorado. El artista siempre se muestra desnudo. Y Urdiales jamás usa sobras. Nunca se traiciona. Sólo busca la verdad absoluta. Por eso cuando se agachó a recoger del albero la mata de romero que había volado desde el tendido como una golondrina lo que cogió fue Sevilla. Y Sevilla lo cogió a él. La ciudad en la que las gitanas quiromantes siguen viendo el futuro en la palma de la mano le ha puesto en la raya con la que coge las esclavinas del capote la esencia del Romero con mayúscula, la pureza, que es la estación de penitencia del toreo. El camino más corto para herirnos.
Alberto García Reyes. ABC de Sevilla.